Los
últimos rayos de luz se reflejaban en el pavimento húmedo
a causa de una lluvia que se desgranaba apaciblemente.
Me
ahogaba entre las paredes frías… Con ansias de encontrarte salí
al parque. Comencé a recorrer cada una de sus plantas, toqué sus
hojas, palpé sus bordes, retiré las que ya habían cumplido su
ciclo. Caminé entre las magnolias… un caracol buscaba alimento en
el malvón morado. Ese que me regalaste un día cualquiera. La espina
de un rosal rasgó mi camisa, levanté su manga y vi una línea roja
sobre mi piel…
En otro momento: -¿Viste que no soy de sangre azul?Tiempos de risa fácil…
Me senté al pie del mandarino que olía a otoño, me impregné de azahares. Ahí quedé quietecita, como agonizando, con la vista fija en el césped… No quería ser descubierta. Con caminar lento y sigiloso apareció mi perra que se echó a mi diestra con su hocico en mi pierna. Retribuí poniendo mi mano en su cabeza.No sé cuánto tiempo estuvimos así, en la quietud del silencio compartido. Silencio quebrado por un zorzal que llegó a picotear la tierra movida durante la mañana, “Se debe airear señora”, dijo Don Juan mientras trabajaba el terreno.Nos distrajo la avecilla marrón y se hizo presente tu imagen, imagen gigante… Me diste un beso en la frente y, con un “te llamo”, tomaste por la calle Avellaneda. Sólo tu espalda... Los últimos rayos de luz se reflejaban en el pavimento húmedo a causa de una lluvia que se desgranaba apaciblemente.No te diste vuelta, no grité tu nombre... Sólo ocho uñas clavadas en las palmas de mis manos y la misma sangre roja que dejaron las espinas en mi brazo… Hoy... Hace un siglo.
En otro momento: -¿Viste que no soy de sangre azul?Tiempos de risa fácil…
Me senté al pie del mandarino que olía a otoño, me impregné de azahares. Ahí quedé quietecita, como agonizando, con la vista fija en el césped… No quería ser descubierta. Con caminar lento y sigiloso apareció mi perra que se echó a mi diestra con su hocico en mi pierna. Retribuí poniendo mi mano en su cabeza.No sé cuánto tiempo estuvimos así, en la quietud del silencio compartido. Silencio quebrado por un zorzal que llegó a picotear la tierra movida durante la mañana, “Se debe airear señora”, dijo Don Juan mientras trabajaba el terreno.Nos distrajo la avecilla marrón y se hizo presente tu imagen, imagen gigante… Me diste un beso en la frente y, con un “te llamo”, tomaste por la calle Avellaneda. Sólo tu espalda... Los últimos rayos de luz se reflejaban en el pavimento húmedo a causa de una lluvia que se desgranaba apaciblemente.No te diste vuelta, no grité tu nombre... Sólo ocho uñas clavadas en las palmas de mis manos y la misma sangre roja que dejaron las espinas en mi brazo… Hoy... Hace un siglo.
Imagen: Internet
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