
Por las mañanas, cuando entra el primer rayo del sol por mi persiana, pego un salto, con mi cabello aún enmarañado voy hacia la cajita. Estoy en puntillas, casi no me atrevo, levemente corro la tapita… Una energía recién estrenada corre por mis venas…Caminamos uno al lado del otro por Irigoyen, nunca tomaste mi mano, tu aire alegre… Por Tinogasta a la izquierda, carcajada por la expresión. Siempre doblamos a la izquierda. Tus palabras bailoteando en el aire, tu sonrisa amplia de dientes muy blancos, la alegría presentida, las chispas de mis ojos iluminaban el camino… Antes de girar, en Cortina, me miraste de esa manera. Esa que dibuja el contorno y te dice “estoy viva”, pero al llegar a Baigorria noté una sombra que terminó en carcajada, de esas que sabías dar, esas que movían hasta las hojas de los árboles. Al cruzar la calle apareció una nube que se ocultó al encender el primer cigarrillo del humo sin fin. Después, tu dedo rozó mi rostro para apartar ¿una pestaña?. Fue en ese momento que lo dijiste…
Me voy. No entendí.
No aguanto más este país. Me callé.
Te dejo la cajita que compramos en Plaza Francia. Cierro los ojos y en la oscuridad eterna, recuerdo a la vendedora, cabellos rizados, castaños, ojos grandes, cuál querés, para qué la vas a usar. Para guardar los sueños, contestaste. Los tres, una carcajada.
Voy a volver, vos sabés que… No escuché más nada… No llegué a nuestro destino, Plaza Terán. Giré sobre mis talones, sin mirar atrás, con la cajita apretada a mi pecho. La ubiqué en el estante de la biblioteca, a la izquierda...
Por las noches, mientras enciendo el cigarrillo, en el mismo ritual mañanero seguido desde hace veinte años, se me escapa una lágrima...