miércoles, 31 de agosto de 2016

Dispuesta a todo

Consigna del Taller: Seleccionar una imagen -entre varias presentadas- y escribir un relato que ella sugiera.
Imagen seleccionada

Luego de diez horas de tedio cruzando valles y pastizales, en un micro ruidoso y oloriento, me encontré sola en un cuarto de hotel de esta maravillosa ciudad; conseguí albergue en el tercero que ingresé. Quería una habitación con vista al mar… Ver el horizonte… Lo logré desde esa ventana del quinto piso. Logré ver romper las olas en los acantilados, escuchar los golpes de esas ondas gigantes. Imaginarlas en mi cuerpo como masaje tonificante. 
Me sentí vinculada conmigo misma.
Después de la primera conexión con el azul verdoso reanimador, tiré mi mochila sobre la silla, ordené el bolso y bajé por un café. Necesitaba visualizar quienes eran los pasajeros con quienes compartiría espacio... en ésta, mi pesadilla.
Ya sobre la cama, me dispuse relajar mi cuerpo anestesiado… No lo logré.
Me coloqué un vestido ligero, un par de sandalias y salí a caminar con el libro en una mano y la loneta en la otra.
Crucé la calle… Me esperaba la playa… solitaria, secreta.
Busqué un lugar apropiado, desplegué la loneta, dejé mis sandalias en un costado y me dispuse a contemplar… Comencé la lectura del libro por enésima vez desde que había salido de casa.
Al libro que había decodificado hasta el hartazgo en estos cinco años, lo silenciaban sonidos incomprensibles… Me abrumaba…
Escuché tu carcajada, esa que según mamá, “despertaba al vecindario” y giré rápidamente la cabeza… Todo estaba tan solitario como lo había elegido…
Era la angustia la que me desequilibraba…
Sentí tu aliento sobre mi espalda, me invadió un sacudón y empecé a temblar. Me paré sin pensarlo y con energía marqué mi paso. ¿Al son del tambor con el que tantas veces marchamos juntos?.
Crucé los acantilados…
Un silbido extraño me detuvo en el mismo momento que mi rostro se inundaba de sal.
Al fin pude pensarte, ver tu sonrisa, mirarme en tus ojos…
Estaba en el mismo lugar que, un quinquenio antes, me habías tomado fuertemente del brazo para detener mi carrera emprendida cuando dijiste <<Me voy, no aguanto más este lugar>> y una catarata de palabras salió de tu boca. Catarata que me humedeció el cuerpo… Cuerpo que esperaba la herida sin fin.
Sólo descifré
<<Barcelona>> .
Abriste el bolso, ese que habíamos comprado en la feria artesanal un rato antes. Sacaste un libro de poemas de Alfonsina Storni que me entregaste diciéndome <<dispuesta a todo”, como mi adorable hermana>>
Un abrazo fortísimo nos unió y el beso de despedida quedó ahogado en la sal de nuestros rostros. La misma sal que ahora humedece mis labios solitarios. El mismo dolor en el pecho...
El mismo temblor que sentí hoy cuando tu compañera me habló del accidente, de otro vehículo, del pilar de la autopista… Y tomé el libro… Y corrí… Y fui a la terminal de ómnibus.
Y subí al primero que partía hacia nuestro último encuentro…
Micro ruidoso y oloriento…
Y caminé por la playa…

Y no pude adentrarme en el mar… porque yo, no estoy “Dispuesta a todo”.

jueves, 25 de agosto de 2016

Italia, Abruzzos, Pescara, Penne.

A mi amigo y su familia que padecieron el terremoto en la región central de Italia, este 24 de agosto.

No me sirve oir <<No hay víctimas argentinas>>. No. No me sirve.
¿Qué es ser víctima? ¿Yacer bajo metros cúbicos de escombros? ¿Ser golpeado por partes de mampostería?
¿Ser víctima es haber dejado de respirar por alguna enfermedad “legal” como cáncer o infarto?
¿Acaso no dejaste de respirar cientos de veces cuando no tenías dinero para comprarle la leche a tus hijos trabajando en la escuela doce horas diarias? ¿O cuándo resolvieron con tu mujer emigrar a Italia en aquella lejana primavera del 88?
¿Ella no dejó de respirar cuando no pudo volver a pisar el suelo de “Su Patria” porque dudaba de su fortaleza y temía no poder volver a embarcar?
¿Ella no respiraba agitada, casi al límite, cuando no tuvo oportunidad de ejercer teniendo su flamante título de Profesora de Historia, porque, como muchos, estaba excluida del sistema por las políticas implementadas?
¿No fueron víctimas los chicos cuando la mamá, montada en una bicicleta, realizaba las cobranzas del club del barrio para así, poder hacer esa masa que cocinada y cortada en pedazos era “El Alimento Diario”?
¿No fueron víctimas cada uno de los chicos con apenas siete, cinco y dos años?
Recuerdo la algarabía inconmensurable que tuvo el mayor de ellos cuando la mamá hizo esa compra extraordinaria, porque iba visita, y entornando la puerta de la cocina me mostró, con miles de estrellas en los ojos, la bolsita colgada del picaporte conteniendo pan.
No. No me sirve saber que <<No hay víctimas argentinas>> …. Que, por otro lado, no difieren de tantas otras…
No. No me sirve saber lo que dicen, porque, otra vez más, son/sos víctima.

Recuerdo de la primera de tus visitas.

martes, 16 de agosto de 2016

En el país bicolor


Consigna: Escribir una historia donde alguno de los personajes tenga que efectuar
 una traducción imaginaria
 y eso genere un conflicto.
Corría el año 1590. Crecía la preocupación entre las autoridades de la ciudad de Fontão, al noreste de Brasil... Día tras día los esclavos de la industria azucarera huían hacia la selva… Nadie volvía a verlos.
Se tejían miles de historias
sobre los paraderos; la más difundida hablaba de una planta que se estaba convirtiendo en plaga. Una planta carnívora que ahora adquiría enormes dimensiones.
En las tertulias de palacio numeraban las bajas en las plantaciones.
Al poco tiempo fueron apareciendo indicios que, anudados entre sí, dieron origen a una investigación formal. Las milicias se aprontaban.
Se habló de una ciudad libre que los recibía y alojaba; en comunidad, lograban satisfacer sus necesidades… La Ciudad ocupaba una extensa región y estaba constituida por aldeas alejadas entre sí... hasta comenzaba a florecer un incipiente comercio con colonos y tribus indígenas vecinas.
Esa ciudad era llamada “Campinho da libertad” y en ella vivían esclavos negros fugitivos, sus descendientes y también existían mestizajes con indígenas y minorías blancas.
Los esclavos
habían escapado de las plantaciones y minas controladas por portugueses.
Había que encontrar la Ciudad y destruirla. Mucho dinero habían invertido para que se burlaran de los señores que los alimentaban, que los vestían y hasta cuidaban de sus hijos. De la inversión inicial, calculada en mil negros, sólo treinta o cuarenta eran aptos para el trabajo.
Los más afectados
por la deserción se organizaron y descubrieron el lugar. Un espacio inaccesible para cualquier cristiano.
Se hizo carne en ellos la imagen de negros-diablos y lograron identificar al Jefe. Jo
ão, el mismo Satanás, era fugitivo del ingenio del Sr. Soares, el que le brindó la confianza por su fortaleza y solicitud. Si hasta su mujer tenía un puesto para servir en la casa y el niño estaba autorizado a jugar con la perra de la Sra. de Soares. Eso estaba registrado por uno de los artistas-pintores que lo frecuentaba... ¡si había dibujado al niño debajo de la mesa jugando con la mascota mientras su madre servía!
¡Y
João se permitió la traición mientras él y su familia hasta tenían una pieza en los fondos de La Casa!
Este desenfado pronto sería enmendado.
Durante la madrugada se dirigieron a los fondos, derribaron la tabla que oficiaba de puerta. Encontraron a la mujer arrinconada mirándolos con la cabeza alta, parada en el espanto. El niño, sobre una manta en el suelo, comenzó a llorar; lo tomaron de un brazo arrojándoselo a la madre.
Revisaron bultos y cajones. Encontraron un manojo de papeles atados con un cordón. No entendían qué significaban esas marcas o letras.
Chico Botto los miró... con gesto entendido y severo dijo:
- Yo puedo traducirlo. Están escritos en coreano. Me llevará un par de días.
En la Plaza Central de Fontão sonó el clarín convocando a la población. Leyeron las novedades.
A los diez días Chico Botto dio por terminado el trabajo. En esos escritos tan protegidos, se desarrollaba un plan de exterminio hacia los hacendados y un proyecto de apropiación de sus bienes. Todo estaba diagramado por João y sus secuaces.
Nuevamente sonó el clarín en La Plaza Central y se dio lectura a la traducción.
Se votó el castigo; mujer y niño fueron condenados a la horca.
Ya en su hacienda, junto con otros hombres influyentes, Chico Botto levantó su copa e inició el brindis. João de Soares sería su prisionero en menos de veinticuatro horas. Tenía reservado el lugar a la izquierda del niño.
Cuando todo hubo terminado y los hacendados se retiraron, llegó la mujer de Chico Botto; mirándolo con orgullo le dijo:
- No recordaba que supieses coreano.
Recibió como respuesta:
- Eso, no es imprescindible.


lunes, 1 de agosto de 2016

El buscador de finales.



Tarde de hastío otoñal. Cuando la luz del día comenzó a disminuir, Sebastián resolvió leer esa obra de Manuel Puig tantas veces postergada.
Se preparó un café y fue hacia el sillón más cómodo, ése que había iluminado adecuadamente por ser parte de su espacio favorito. Bajo un manto de estrellas lo esperaba.
Al promediar la tercera hoja, diferentes postales de Carhué se le dibujaban en la retina. Entornó los ojos y vio “el pantano” en “el pueblo fantasma”...
El cortometraje para el concurso iba tomando forma. Cerró el libro y pensó en el jurado integrado, entre otros, por Andrés Álvarez… Su pecho se aceleró al pensar en “el monstruo” del cine. La admiración hacia ese director lo hizo buscar la colaboración de Donato; sería su auxiliar.
- Podemos codirigir el corto, ya tengo el guión.
Se necesitaba dinero. Con la convicción de quienes tienen el toro por las astas, comenzaron a juntar fondos. Parientes y amigos adquirirían los números para el sorteo. Ofrecerían como primer premio una sesión de encuadres fotográficos. El segundo premio sería un taller de cuatro horas de maquillaje artístico.
Al mes lograron juntar lo imprescindible... Sentían ser dueños del “Primer Premio” del concurso. Sí, era de ellos.
Con los pasajes a Carhué en la mano y las mochilas en sus espaldas, partieron para la estación.
“El pueblo fantasma” los recibió con llovizna. Armaron la carpa y se abocaron a las primeras tomas.
Fueron tres días sin descanso. Filmaciones de puntos claves y entrevistas serían editadas en el laboratorio montado en la casa de Donato.
El encargado de la estación de trenes tenía “la sal” de ese relato, cuyo guión estaba basado en la obra del escritor autoexiliado en México. Cuando el dinero tocó fin, emprendieron el regreso.
Una semana, tal vez dos, les llevó la labor final; esa que resolvieron mostrar al amigo dilecto para pedir opinión.
Los tres gozaron del trabajo.
Se jugaban la gran carta que marcaría, al menos, el futuro inmediato.
El día anterior a que venciera el plazo llegaron al Instituto, que los había visto egresar, para entregar el tesoro que habían logrado con tanto esfuerzo. Se miraron y al unísono dijeron:
- A esperar, el premio es nuestro.
Sebastián agregó:
- Andrés Álvarez reparará en nosotros.
Llegó el día tan ansiado. La entrega de resultados era en el Salón de Actos del lugar que los había visto abandonar la adolescencia. Estaba colmado. La presentadora con un hilo de voz mantenía la atención del conjunto. Dio su nombre, los del jurado y nombró las obras presentadas. Iluminación acorde y empezó por la Tercera Mención Especial. Aplausos. La realizadora se puso de pie y marchó al escenario. Recibió un sobre con las condiciones para filmar un corto más otro que consistía en un cheque por un valor que cubría todos los gastos para la realización… Ovación.
Siguieron pasando los otros premiados y los amigos expectantes en sus butacas... Cada vez más cerca… Continuó la ceremonia. Momento final. Ellos eran los últimos, los ganadores. Se irían, sin dudas, con la alegría del sueño cumplido.
Abren el sobre… Escuchan otro nombre modulado con voz dulce, no era la obra en que tanto habían confiado… Al cierre del encuentro, la locutora, hizo una mención a la obra de ellos que Sebastián no llegó a entender. Donato lo abrazó:
- ¡¡¡Te felicito, flaco!!!, ¡¡Andrés Álvarez quiere verte!!
Así, sin entender, a tientas, caminó al despacho de “El monstruo del cine”.
Con ojos desorbitados vio que lo recibía la persona más admirada, quien le pidió al encargado que se retirara a la vez que descorchaba una botella, tomó dos copas, les puso líquido hasta la mitad, le ofreció una y, en un tono muy suave le dijo:
- Tu corto es valioso… Muy valioso…
Lentamente se acercó a él.
- Debés modificar el final para adecuarlo a la actualidad… La sexualidad así encarada es cosa del pasado… Ya nos señaló el camino nuestro querido Manuel Puig.
Álvarez puso una mano en la cabeza del antiguo alumno. Sus ojos se encontraron, las miradas se sostuvieron. y, casi en un susurro, El Maestro le confesó que había encontrado el final de su propia historia.