Mi primer amor, ese que nunca se olvida, tiene fecha de nacimiento: 30 de marzo.
No voy a decir el año, total los primeros amores perduran en el tiempo... Quiero evitar cálculos maliciosos que me puedan afectar directamente.
Simplemente, para ubicarnos en fecha aproximada, diré que cursaba cuarto año en el Normal 11 “Dr. Ricardo Levene” cuando las escuelas eran de “señoritas”, éramos “niñas” y nos trataban de Ud.
En ese entorno, cumplí quince años… Sí quince años, marzo… Cuarto año. No eran méritos propios, me costó mucho “levantar la nariz” y decir “yo opino”… Apenas intentaba un disenso, ensayado en el espejo, venía la observación:
-Si no bajás la nariz, yo te la bajo…
Y mis amigas vivían de nariz baja, porque eran “chicas de su casa”…
Recuerdo que, después de mi examen de ingreso… Sí, teníamos examen de ingreso y yo apenas once años… Por el resultado, pude elegir idioma. Seleccioné francés… Gran disgusto de mi madre, ella pensaba que el idioma correcto era el inglés… Ese esbozo de independencia fue encorsetado por varios años… Ni en terapia logré dilucidar cuándo encontré la punta del cordón de ese corsé...
Cumplí quince años entre algodones, puntillas y muñecas.
Me habían enseñado todo lo que “una niña” debe saber para “ser SIEMPRE una mujer de su casa”. Hacía bien y rápido las actividades más diversas, con las que me aburría, así gozaba de mi tiempo libre… Así, podía “perderlo” mirando el cielo, las flores o leyendo por n-ésima vez el mismo libro de cuentos…
Eso podía hacerlo cuando no venía la pregunta mortal:
-¿Terminaste de limpiar la pieza? ¡Qué bien!... ¿No querés hacer una torta de…?
Sin poder decir que no, ahí estaba batiendo la manteca con el azúcar para agregar de a una las yemas…
Así llegó el 30 de marzo, día de mi cumpleaños número quince.
Con mis primeros tacos altos y mi vestido de tul con encaje francés, que era el mejor, recibí a mis invitados. Me colmaron de regalos, mucho oro, a mí no me gustaba pero era costumbre… Pulseras, anillos, cadenas… Mamá me dio el regalo de “mis padres”, un reloj de oro con malla ancha, también de oro. Cena, torta, baile… Cuando ya estaba cansada y esperando salir sola al patio, papá me hizo una seña imperceptible para el resto de los presentes. Nos apartamos y me dio un paquetito… Un libro... Al abrirlo leí Mario Benedetti “Montevideanos”. Miré la primera hoja y estaba dedicado:
“Hijita, para que no te olvides que no hay salvación si no es con todos. Papi”
Esa misma noche, con “El Presupuesto” e “Inocencia”, nació mi amor por Mario Benedetti, a quien no he dejado de leer y releer en mi vida.
Cuando recibí de presente “Cumpleaños en Manhattan” recordé mis lecturas, la interminable fila en la Feria del Libro para que Mario Benedetti me firmara un ejemplar de “Gracias por el Fuego”, que compré por segunda vez para tener “su firma”… Que, a pesar de lo que dijeron mis amigos, no fue un acto de cholulismo, fue un acto de amor, para estar cerca, para saberlo real, ¡EXISTIA!
No me importaba más nada, mi amor era sincero, incondicional y sus palabras me calaban hondo. Mis amigos no lo sabían, ese era “Mi Secreto”.
Tampoco Benedetti se dio cuenta cuando le di mi libro temblando...
E hice un trato en la noche de los feos, quemando las naves por la noción de Patria. Con las letras de emergencia y los poemas de otros, con preguntas al azar... Canté canciones del mas acá.
Eternamente, Mario Benedetti.
Gracias HS
P.D. (para calculadoras/es) Montevideanos ya llevaba un tiempo de editado...